Una vez habité un mesón
donde una buena mujer me ofreció sus senos
y comida caliente,
pero yo salté como un equilibrista
entre sus linternas sin besar lo bien pagado,
sin agradecer mis cuervos bien dormidos.
Huí de esa mujer como de un desfile militar
una mañana,
porque soy un asno con huesos de hombre
para las cosas del amor.
Me alejé con cuidado de no pisar la culta estupidez,
arrastrando mis cosas sencillamente
porque uno nunca sabe qué hacer con ellas.
Sólo tengo este sórdido material que es la vida
para buscar con el borde de mi alma.
No me detuve, seguí las olas
corriendo por la vida como si siempre y siempre llegara tarde.
Sólo soy un hombre que hago cosas labradas con dolor,
no puedo detenerme en los caminos ni justificarme.
Yo sigo siendo el mismo,
otra alma que se perderá buscando
los huracanes con que me descargo
y los pájaros con que mato mis olvidos.
Los zapatos caminan,
los zapatos ya cansados y anónimos
se trepan al borde de los versos
y se tiran rompiéndose la nuca
como un hombre expulsado del mundo de los sabios.
Aún a la orilla de mis dientes
escupo palabras con asco,
aunque cada mañana, como de costumbre,
lluevan mis buenosdías
lentamente y sin apuro.
donde una buena mujer me ofreció sus senos
y comida caliente,
pero yo salté como un equilibrista
entre sus linternas sin besar lo bien pagado,
sin agradecer mis cuervos bien dormidos.
Huí de esa mujer como de un desfile militar
una mañana,
porque soy un asno con huesos de hombre
para las cosas del amor.
Me alejé con cuidado de no pisar la culta estupidez,
arrastrando mis cosas sencillamente
porque uno nunca sabe qué hacer con ellas.
Sólo tengo este sórdido material que es la vida
para buscar con el borde de mi alma.
No me detuve, seguí las olas
corriendo por la vida como si siempre y siempre llegara tarde.
Sólo soy un hombre que hago cosas labradas con dolor,
no puedo detenerme en los caminos ni justificarme.
Yo sigo siendo el mismo,
otra alma que se perderá buscando
los huracanes con que me descargo
y los pájaros con que mato mis olvidos.
Los zapatos caminan,
los zapatos ya cansados y anónimos
se trepan al borde de los versos
y se tiran rompiéndose la nuca
como un hombre expulsado del mundo de los sabios.
Aún a la orilla de mis dientes
escupo palabras con asco,
aunque cada mañana, como de costumbre,
lluevan mis buenosdías
lentamente y sin apuro.
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