Arrastrando la
madrugada álgebramente
agacho la cabeza
turbia la víscera del
tiempo
girando en sus propios
brazos
bocacalles de la
sangre
brillando mujeres
epidérmicos trópicos
arrastrando las hojas
que me sufren
golpeándome de libros
que vuelan marsupiales
tocándome los miedos
fisurado como tren hasta
siempre
cavo en la historia y
escribo en los huesos
como una bestia.
Afuera hace frío.
La madrugada galvaniza
excrecencias de hormigón
por las sombras
humanas de la noche
ángeles llagas de la
carne
pendulan la alquimia
de la alborada craneana
rompiendo alambres,
prosodia del estiércol
ciñiéndose el lomo
trágico.
Paradoja de símbolos y
sombras
salí a la noche
desnudándome
y busqué aprender la
canción
el huerto
bienaventurado
el pacto de la
cláusula de la boca desdentada
allende la piedra
fónica
entreversos
y temo la cólera – tan
cebo goteado-,
barreno entonces las sombras
estallándome el ojo
buscándome minuendo.
Cómo crece la sonata
del instinto
cuando algo se suicida
en su voz de adentro
vinagre después de
cada dolor.
Así es.
Siempre se aplastan
las sábanas
que se traga la muerte
cada noche:
el sol clava las
sombras de piedras transidas.
Ahora puedo imaginar
mi propia muerte,
pequeña, pesada,
burguesa
y cómo hace falta un
exorcismo
para el exilio soberbio
de los días.
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