Se sabe en el largo desarrollo de la
dialéctica discursiva
donde la práctica de la vida cotidiana
prueba indudablemente
que habrá de significar un auténtico y
eficaz punto de partida
en la superación de las experiencias
periclitadas,
las ricas experiencias que nos muestran
que
se exige la precisión y la determinación
justo a la altura de las circunstancias.
Estamos claros en la necesidad de tener
conocimiento.
De igual manera
obstaculiza la apreciación de la
importancia
todo aquello que no implique o
distorsione la escena
es decir, un lanzamiento indiscriminado
de los factores excluyentes,
incluyentes, circunstanciales,
historiográficos e incluso
de fondo, forma y profundidad, y por
tanto,
todas aquellas cosas que realmente a ojo avizor
impida el reforzamiento y desarrollo de la
estructura,
el pensamiento conformado, la confianza
futura y la apuesta genuina,
pues las experiencias ricas y diversas
están ahí,
a la mano de la literatura vasta y
universal,
a la altura de la experiencia existencial
de los procesos consensuados,
en cada persona que nos encontramos a la
hora crucial
en que nos jugamos la realización de las
premisas personales.
Pero pecaríamos de hipócritas si
soslayaramos que
el proceso que consensa unas y otras experiencias contundentes
hacen al meollo del asunto, lo justifica
y patrocina
aunque intentemos no llevar las cosas a
la naturaleza del equívoco.
La duda está implícita en toda estructura
de pensamiento,
por otra parte y dada las condiciones
actuales,
cumple deberes importantes en la
determinación,
ubicación y especificidad de la relación
establecida,
pues hay que ser exactos en las
acepciones que empleamos,
a tono de explicitar, decir:
“queridos compañeros” “poesía”
como si fuese una simple manipulación de
palabras.
¿Se entiende? ¿Eh? El vacío del ruido de
la boca,
las palabras desarmadas, cementerio de
letras oxidadas,
cuestiones descarnadas que son una
metáfora muerta.
Un guiso mismo de palabras inútiles.
Todo esto que acaban de leer.
Después me hablan de la complejidad de la
filosofía,
¡Hágame el favor!
No aplaudan. Gracias.
Dejemos el discurso por algo más
contundente,
por ejemplo un pan.
Voy a cenar.
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