Mañana agitarán sus brazos
como si extraños moscardones
hincaran la frágil tela del cerebro,
braceando densamente,
deshaciendo invisibles medusas;
maldiciendo rezarán a sus dioses
escupiendo chillidos acres
que apenas traspasan la soledad de la boca,
la cuerda tajeada de sus voces
como las aspas de los pulmones
cortando el vaho a ráfagas.
Estarán con los ojos detenidos y abiertos
cuando caiga la lluvia mansa
en el poder de sus metáforas.
Entonces y sólo entonces,
clavaré mis ojos en sus lujosos cajones
y abriré mi paraguas,
porque todo hombre debe tener un paraguas
para un día de lluvia.
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